sábado, 11 de diciembre de 2010

La vida y demás cosas surrealistas

Cuando se habla de la vida en sentido abstracto, parece que no se hace otra cosa que colmarla de buenos epítetos, es el regalo que nos ofrecen nuestros queridos padres, creándonos de la nada, y podemos disfrutar del mundo y de las personas que en él habitan partiendo de cero, es una bendición, porque venimos a este mundo sin nada, por eso la vida es el proceso de ir ganando por el camino, menos da una piedra.

Pero cuando se habla en sentido abstracto, nos olvidamos de lo que es la vida en esencia, de la vorágine, de la lucha y de toda su parte surrealista. Y, ¿por qué es surrealista la vida? Porque no todos vivimos la misma, la vida es subjetiva, la experimentamos desde nuestros propios ojos, desde nuestra propia mirada e interpretación. Y no vemos lo mismo. Lo surrealista nace en nosotros. La vida nace en nosotros. La muerte y el abandono también.

La vida esta llena de choques: frontales, laterales, figurados. Somos nosotros topándonos con todas las demás personas que andan a tientas en la oscuridad como nosotros, en esa habitación tan grande pero a la vez tan herméticamente cerrada en la que nos hemos empeñado en vivir. Cuando más miedo tenemos, más empujones propinamos a quienes nos acorralan en una esquina, nos encuentran en dirección contraria o tienen la mala suerte de interponerse en nuestra trayectoria. Otros choques nos salvan la vida, haciendo que nos desviemos de la ruta que seguíamos a píñón fijo hacia el precipicio.

No es cierto que nazcamos sin nada. Desde que nacemos tenemos lo más primordial: la vida. Y desde ese mismo día hasta el último libramos una enorme batalla para conservarla. En esto hay batallas y hay guerras y hay misiones suicidas, según la parte de este mundo donde abras los ojos por primera vez. Y en toda lucha, sea como sea, hay sacrificio y hay dolor.

El dolor. Aquí es donde entra en juego la parte surrealista. ¿Por qué? Porque nos es imposible aceptarlo. Hemos oído mil veces, la vida no es un camino de rosas, hay que luchar para conseguir lo que uno quiere. Pero ser partícipe de ello es otro mundo. Es darse cuenta de que los demás no ven lo que vemos, que la comprensión no es algo que pueda ganarse con palabras, que los choques pueden ser a veces bestiales y, lo peor de todo con creces, que nosotros mismos somos capaces de causar ese mismo dolor que otros nos inflingen. El dolor físico, el dolor moral... Dejan cicatrices incurables. Y qué tipo de dolor es peor que ese que llamamos Decepción. ¿No es esta una forma simbólica de morir? Es la pérdida de nuestra alegría, de nuestra ilusión, de nuestra... vida, y no hay palmadas por muy fuertes que sean que puedan despertar a este hada una vez que cae herida. Algunos lo llaman la pérdida de la inocencia, puede que, de forma totalmente lógica, cada día que pasa vayamos muriendo un poco más, pues eso es lo que realmente ocurre.

Claro que la vida es como una gran balanza. Sigo respirando, de modo que no quisiera ser cínica. La parte buena, los buenos choques, las experiencias, el aire fresco y compartir nuestras experiencias surrealistas... Supongo que sólo al final del trayecto podremos echar la vista atrás y saber qué hemos estado haciendo todo este tiempo. Quizá ese día caigamos en la cuenta de que sí existe el juicio final, y que seremos todos Dios, los juzgados y los jueces a un mismmo tiempo, cargando con la pila de años que llevamos a cuestas y con nuestras acciones y recuerdos. De momento sigue llegando hasta nuestros oídos el canto del ruiseñor, y que no queramos dejar de oírlo. Lo que venga después, seguramente, sea todavía más surrealista.

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